TIC-TAC, TIC-TAC
El tic tac del
reloj sonó en el silencio de la madrugada, cuando la noche no había dejado de
abrazar a la persona que estaba recostada en el angosto lecho. El fuego dejó de
crepitar hacía varias horas, aunque, se resistía a morir enterrado bajo un
montón de cenizas. Un gato maulló en la calle, mientras otro arañaba un cubo de
basura intentado encontrar algo de alimento en su interior. Müller se giró
sobre sí mismo en un intento de retener el calor del interior del lecho. Abrió
un párpado, y lo fijó indolente en las manecillas del despertador que se movían
a un ritmo mucho más lento que sus propios latidos: tic tac. Tic tac. De
pronto, y de forma inesperada, el sonido de una sirena se oyó en la ya
mortecina madrugada. Era un sonido que no había escuchado desde el año 1943. La
sangre en las venas se le diluyó con el miedo rancio que había guardado en su
memoria durante 70 años. Se le aceleró el aliento de forma brusca y sin
control. Su corazón se trabó en un latido doloroso y que presagiaba muerte. La
sirena principal seguía sonando de forma estridente y continua, y a ella se
sumaron otras: la del ayuntamiento, los colegios y demás edificios
gubernamentales. Müller tenía que levantarse y buscar protección en los diversos
refugios que existían en diferentes zonas de la ciudad, si bien se mantuvo en
su sitio impertérrito aunque comenzó a llorar sumido en la desesperanza. La
ciudad de Hamburgo despertaba a la vida para encontrarse de nuevo con la
muerte. En el pasado la sumieron en una destrucción completa y absoluta. La
denominación: Operación Gomorra, fue el nombre en clave de una serie de
bombardeos sobre la ciudad alemana, llevados a cabo a partir de finales de
julio de 1943, durante la II Guerra Mundial por fuerzas británicas y
estadounidenses, y tomó su nombre del Antiguo Testamento, donde según
el libro religioso, Sodoma y Gomorra eran dos ciudades habitadas por pecadores
y delincuentes a los que Dios aniquiló con una lluvia de fuego y azufre. Solo
se salvó un hombre y sus dos hijas. Y él se había creído otro Lot privilegiado porque
sobrevivió al intenso e incesante bombardeo de antaño, sin embargo, en ese
momento aciago en que la sirena volvía a anunciar una tormenta de fuego sobre
la ciudad, se sintió como un pecador impenitente que merece el castigo divino.
Tras las finas paredes, Müller escuchó los pasos apresurados, los lamentos
amargos, y los sollozos asustados de los más débiles. El silencio de las calles
se tornó caótico. El ruido en el interior de las viviendas, ensordecedor, pero
él, él ya no estaba asustado sino vencido. Siguió en su postura inmóvil
esperando el primer estallido, aquél que anunciaría de nuevo la destrucción
sobre la hermosa y próspera ciudad de Hamburgo. Cerró los ojos y se rindió a lo
inevitable: a esperar la muerte acompañado únicamente por el miedo: tic-tac,
tic-tac.
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